Estación A

Can you help me

Help me get out of this place

Slow sedation

Ain’t my style ain’t my face

Givin’ me a number

Nine, seven, eight

Gimme back my name

Crazy (A Suitable

Case For Treatment) de Nazareth

          La voz retumba como si procediera del interior de un recipiente metálico.

          “Corre desnudo, huyendo despavorido. Antes de llegar, ha recorrido diez veces la distancia que separa el punto de partida de la estación A”.

          —Nada podía ser peor, dijeron –recuerda. –Obedecimos a fe ciega. El paso del tiempo nada cambió. ¡Ojalá alguien esté al otro lado del intercomunicador! Me incomoda seguir solo… y este lugar parece no tener fin.

          “Respira con dificultad, la comprensión de su lenguaje se complica”.

          — ¿Te importa que me siente?…  Cómo va a importarte, si, quizá, ni tan siquiera puedas verme, como yo a ti. Nada es como lo recordaba. Sin ir más lejos, fue aquí… O no…  Se parece todo tanto. Disculpa.

          “Desvaría. Aparecen los primeros síntomas de la desorientación. Confiaba más en la fuerza y la astucia de este individuo, ahora, comienzo a dudar”. Sigue leyendo «Estación A»

En tiempos de Mitsivaluvier

 

A menudo se echa en cara a la juventud el creer

que el mundo comienza con ella. Cierto,

pero la vejez cree aún más a menudo que

el mundo acaba con ella. ¿Qué es peor? 

Christian Friedrich Hebbel (1813-1863)

          Mitsivaluvier siempre nos recordaba lo desgraciados que éramos al vivir estos tiempos. Después de su paseo diario en el que con lentitud recorría la nave que le vio nacer y hacerse soldado, no podía regresar a su habitáculo sin referirse a nosotros de un modo despectivo y paternal que rallaba el sarcasmo.

          —Y vosotros creéis que sois únicos. En mis tiempos…

          Con rigor poco científico intentaba hacernos creer que cualquier tiempo pasado había sido mejor, a la vez que afirmaba  que de nada servían los avances técnicos conseguidos después de que él fuera nombrado cadete y que también  desconocíamos cuales debían ser las verdaderas virtudes de un guerrero espacial curtido a base de esfuerzo, experiencia y con los mejores maestros. Sigue leyendo «En tiempos de Mitsivaluvier»

Set the control for de heart of the sun

Over the mountain watching the watcher.

Breaking the darkness, waking the grapevine.

One inch of love is one inch of shadow

Love is the shadow that ripens the wine.

Set the controls for the heart of the sun.

The heart of the sun, the heart of the sun.

Set the control for de heart of the sun (Pink Floid)

          El reloj de cuco marca las diez, quizás ese hecho no significara nada para él, un inútil conteo sonoro comparado con la pulsación natural del universo, pero antaño sugirió toda suerte de sucesos, pautó ritmos y costumbres hoy olvidados.

          Los frágiles tallos, que apuntan hacia el singular cielo, se yerguen buscando en el espacio suspendido la luz y el calor −ahora inducido− del corazón del sol. Los sarmientos se enredan en las formas metalizadas de una nave que gira al ritmo olvidado del planeta madre, para proporcionar la falsa sensación de normalidad,  aquella que reproduce las condiciones de Vignoble de Bourgognecon necesaria para conseguir el caldo dulce y oloroso del mejor vino de Francia y que descansará, hasta su consumo, en las bodegas de la I.N.W (Internacional NUMBER-WINE).

          Se acerca la vendimia, en sus manos recae la única cosecha con la que satisfacer a los paladares más exigentes; mientras, sin reprochar el destino, su vida pende de los designios de una estrella que día a día inunda de radiación su cuerpo  y que acabará por matarle. Sigue leyendo «Set the control for de heart of the sun»

La madre dormida



La BaigneusePaul Émile Chabas (Nantes, 7 de marzo de 1869-París, 10 de mayo de 1937)

 

      La tierra húmeda dejaba escapar sus aromas al tiempo que el sol se abría camino hasta el suelo.

      De las manos de Kirke pendía un mechón de los cabellos de su hija. Las lágrimas se acumulaban a sus pies.

      Los árboles orquestaban su música que por momentos sonaba con violentos choques, para pasar después al calmado susurro de las hojas. Desconcertados sones en el oído de una madre que no comprendía nada. Las gotas al caer, vacilantes en los árboles, aumentaban más el desasosiego en Kirke. Retornaba a su memoria el galopar de la caballería que acompañó el momento en el que Siisike fue arrebatada de su lado.

      Un torbellino perturbó la paz. Sigue leyendo «La madre dormida»

El toro de Falaris


Anónimo italiano (siglo XVII) Estudio de Perilo introducido en el toro de Falaris

          Desde Atenas había conquistado el mundo impulsado por su arte. Reyes y emperadores se lo disputaban. Aquellos bronces poseían tal perfección que parecían reales. Para Perilio el reencuentro con su obra, en el preciso instante de la entrega, era la mejor recompensa.

          Traspasó el palacio hasta encontrarse cara a cara con Falaris, rey de Agrigento.
          —Sólo pido una cosa: la perfección —comentó el rey. —Si me la entregas te daré lo que me pidas. ¡Odio los defectos! No me decepciones.

          —“Aquel rugido se extendió nítido sorprendiendo a los presentes que, ante la maravilla, reclamaron más. El ingenio tenía poco de la magia que querían darle y mucho del horror, para el que fue creado” –escribió algún cronista testigo de los hechos. Sigue leyendo «El toro de Falaris»

Castigo

Fotografía tomada en Valparaiso, Chile en 1957. Autor:
Sergio Larraín Echeñique (Santiago, 5 de noviembre de 1931​ — Ovalle, 7 de febrero de 2012​
Cuento finalista del I Certamen de relato corto de terror “El niño del cuadro”.
 Inspirado en la foto expuesta en esta entrada.
Autor: Sergio Larrain tomada en Valparaíso, Chile en 1957

          No logro borrar los recuerdos desagradables de la escuela.  Cuando me encuentro con mis compañeros de antaño tan sólo puedo asentir a sus afirmaciones jocosas de un colegio que parece distinto al que yo viví. Trozos de mi memoria perdidos junto a la visión del oscuro pasaje que comunicaba las aulas, se atropellan con las de esa otra realidad. Don Gervasio decía que tenía el don de sacarle de sus casillas. Siempre era yo el amonestado, el caneado y expulsado, aunque el ruido, la risa o los insultos salieran desde la otra punta del aula.
           -Pero yo no fui… –musitaba.
          -¡No repliques! –Decía mientras me alaba de las orejas o el pelo hasta el pasillo. Sigue leyendo «Castigo»

Los higos, la doncella y el amor

La Ateniense virtuosa.
JosephMarie Vien (Montpellier, 18 de junio de 1716 – París, 27 de mayo de 1809)

Sigiloso deja resbalar la mano por encima de su hombro. La sorprende. Un pequeño estremecimiento espabila sus sentidos. De su mano extendida pende un obsequio: un higo verde.

— Tómalo muchacha —le dice — contempla su pureza. Está limpio. Descubre su rosado y sensual contenido. Observa cómo desea tomar tu dulce boca.

Siente la mirada cargada de lasciva inspiración, y con un gesto lo rehúsa. La respiración cálida y espesa en su nuca le angustia.

— No huyas, niña. Ayer estuve en tu casa y tu padre me dio su plácet para cortejarte. Sigue leyendo «Los higos, la doncella y el amor»

La sirena y el pescador


El pescador y la sirena, 1858. De Lord Frederick Leighton
primer Barón Leighton (3 de diciembre de 1830 – 25 de enero de 1896)

      La sirena se oculta tras la encrespada ola, obra de un mar inusualmente revuelto para esta época del año. Huye de la mirada triste del joven pescador que, en la madrugada, permanece en la orilla a la espera del barco que partió sin él. No puede descubrirla entre el oleaje, pues se encuentra desolado.  Teme la reacción del patrón y los compañeros a su regreso después de un arduo día de faena. Como única excusa para justificar su falta: un amor furtivo y aquella luna del color de la muerte. Advertencia salida de la boca de un viejo pescador al que todos tienen por loco y borracho, pero que él respeta.

      —Abuelo,  —le  dice— ¿es cierto que, en una ocasión después de salir una luna como ésta, hubo un barco que nunca más regresó?

      El viejo clava sus enrojecidos ojos en el joven marinero, y sin reconocerlo apenas, le cuenta entre sollozos que, aquel día, perdió a su padre, hermanos y amigos… y no pudo soportarlo. Él no había muerto. Llegó tarde a la partida por culpa de una bella mujer, que le abandonó en el mismo instante en el que partió aquel barco, al que vio alejarse iluminado por una luna demasiado turbia y apagada. Como si el velo de la Parca nublara su luz y empañara su color. Sigue leyendo «La sirena y el pescador»

El encargo

Vanité. Phillipe de la Champagne
(Bruselas, 26 de mayo de 1602-París, 12 de agosto de 1674)

      Severiano había nacido para pintor. Obediente y respetuoso complació a unos padres empeñados en su licenciatura en leyes. Heredó sus bienes antes de cumplir los 30 años de edad, antes incluso de contraer matrimonio con Justina.
      –Un mundo plagado de belleza surge de tus manos –aseguró la joven admiradora de su obra apenas sin conocerle.

      Sabedor de que el oficio que sus padres le habían impuesto no debía ser su destino, no cejó en su empeño por conseguir dominar el arte de Leonardo. Sacrificando horas de estudio asistió a clases de pintura y pudo ser testigo del surgimiento  de las “vanitas” * e incluso participar en su desarrollo, hecho destacado que llenó su vida de extravagantes obsesiones. Sigue leyendo «El encargo»

La mirada

La pelirroja, 1889
Henri Marie Raymond de Toulouse-Lautrec-Monfa (Albi, 24 de noviembre de 1864 – Château Malromé, Saint-André-du-Bois, 9 de septiembre de 1901)

      ¿Por qué miras para atrás a cada paso?  Caminabas rápido alborotando tu cabello. Ese rojo hiriente que lo iluminaba, impreciso y alegre,  desprendía reflejos hipnóticos que en ocasiones semejaban el fuego que consumía mi corazón, para menguar en otras al candor de las hojas caídas de los árboles en otoño. Aún ahora, en este instante me repito esa pregunta. 
      Se percibía tu inquietud, como si temieras por algo. De haber sabido lo qué te abrumaba, tal vez, todo hubiera sido distinto. Mantenías esa tensa y fugaz mirada al pasado de tu recorrido, escrutando cada rincón medio oculto, moviéndote tan ligera que apenas si reparabas en lo que te rodeaba. Sigue leyendo «La mirada»