
La primera condición para la
paz es la voluntad de lograrla.
Juan Luis Vives (1492-1540)
Ya no se firmaban tratados de no agresión como antaño. Cientos de miles de hojas impresas con sus firmas, timbres y decorados con ribetes, sellos y escudos. Varias cadenas de mensajes de transferencia mental dirigida y amplificada y un apretón de manos, retransmitido vía satélite por todas las cadenas, era suficiente.
A la hora pactada, ambos mandatarios cumplimentaron los trámites. En sus rostros no se reflejaba alegría alguna por el suceso. Los acontecimientos se habían precipitado y de la misma manera que un mensaje hubiera podido significar la mayor de las ofensas, se había conseguido la paz.
Con reticencia, como una molesta espina, se trataron los temas relativos a los muerto. ¿Qué hacer con ellos? El cinturón de asteroides, frontera natural entre los dos planetas, fue seleccionado para ese fin. En él abandonaron a su suerte las armas y las naves empleadas en la contienda, para que hicieran compañía a los muertos que ya descasaban allí.
En una pequeña habitación la mujer más anciana del mundo, Marieta, cómplice anónimo de los hechos, había sido testigo, casi trescientos años atrás, del último de aquellos antiguos armisticios repletos de pompa y boato. Pese a estar conectada para su mantenimiento vital —artificio obligado para el alargamiento de la vida—, se sintió feliz. Sigue leyendo «El mensaje»


