Set the control for de heart of the sun

Over the mountain watching the watcher.

Breaking the darkness, waking the grapevine.

One inch of love is one inch of shadow

Love is the shadow that ripens the wine.

Set the controls for the heart of the sun.

The heart of the sun, the heart of the sun.

Set the control for de heart of the sun (Pink Floid)

          El reloj de cuco marca las diez, quizás ese hecho no significara nada para él, un inútil conteo sonoro comparado con la pulsación natural del universo, pero antaño sugirió toda suerte de sucesos, pautó ritmos y costumbres hoy olvidados.

          Los frágiles tallos, que apuntan hacia el singular cielo, se yerguen buscando en el espacio suspendido la luz y el calor −ahora inducido− del corazón del sol. Los sarmientos se enredan en las formas metalizadas de una nave que gira al ritmo olvidado del planeta madre, para proporcionar la falsa sensación de normalidad,  aquella que reproduce las condiciones de Vignoble de Bourgognecon necesaria para conseguir el caldo dulce y oloroso del mejor vino de Francia y que descansará, hasta su consumo, en las bodegas de la I.N.W (Internacional NUMBER-WINE).

          Se acerca la vendimia, en sus manos recae la única cosecha con la que satisfacer a los paladares más exigentes; mientras, sin reprochar el destino, su vida pende de los designios de una estrella que día a día inunda de radiación su cuerpo  y que acabará por matarle. Sigue leyendo «Set the control for de heart of the sun»

L’ Utile

          Utile había nacido libre. Libre y abandonado a su suerte, como sus padres.

          “Los dioses así lo han querido, y ni tan siquiera los hombres podrán hacerle perder el privilegio”, rezaba su madre mientras lo acunaba entre sus brazos. Como quiera que las deidades tienen un extraño sentido del humor, la libertad de Utile, que recibió el  nombre de la nave que había marcado su destino, se extendía por un pequeño planetoide en medio de un espacio recóndito lejos de rutas y sistemas habitados, un lugar que ni tan siquiera aparecía en los mapas. La tierra que le vio nacer, exenta de siluetas, apenas una mota de polvo en el horizonte estrellado, se presentaba yerma y sin cordilleras. Un páramo en el que el agua dulce y los vegetales subsistían casi de milagro, con la atmósfera suficiente como para soportar la vida, y una estrella que lo iluminaba a desgana como por pena. Una sombra diminuta que se camuflaba en la inmensidad del universo. Posiblemente por eso nunca nadie había llegado hasta allí. Sigue leyendo «L’ Utile»

Entonces. Por José Antonio Ramos Sucre


Dream Idyll. Edward Robert HUGHES (1851–1914) 

          Sueño que sopla una violenta ráfaga de invierno sobre tus cabellos descubiertos, oh niña, que transitas por la nevada urbe monstruosa, a donde todavía joven espero llegar, para verte pasar. Te reconoceré al punto, no me sorprenderán tu alma atormentada y exquisita, tu cuerpo endeble ni tu azul mirada; he presentido tus manos delicadas y exangües, he adivinado tu voz que canta y tu gentil andar. El día de nuestro encuentro será igual a cualquiera de tu vida: te veré buscando paso entre la muchedumbre de transeúntes y carruajes que llena con su tumulto la calle y con su ruido el aire frío. La calle ha de ser larga, acabará donde se junten lejanas neblinas; la formará una doble hilera de casas sin ningún intervalo para viva arboleda; la harán más tediosa enorme edificios que niegan a la vista el acceso al cielo. Lejos de la ciudad nórdica estarán para entonces los pájaros que la alegraban con su canto y olvidado estará el sol; para que reine la luz artificial con su lívido brillo, la habrán sepultado las nubes, cuyo horror aumenta la industria con el negro aliento de sus fauces. Sigue leyendo «Entonces. Por José Antonio Ramos Sucre»

La madre dormida



La BaigneusePaul Émile Chabas (Nantes, 7 de marzo de 1869-París, 10 de mayo de 1937)

 

      La tierra húmeda dejaba escapar sus aromas al tiempo que el sol se abría camino hasta el suelo.

      De las manos de Kirke pendía un mechón de los cabellos de su hija. Las lágrimas se acumulaban a sus pies.

      Los árboles orquestaban su música que por momentos sonaba con violentos choques, para pasar después al calmado susurro de las hojas. Desconcertados sones en el oído de una madre que no comprendía nada. Las gotas al caer, vacilantes en los árboles, aumentaban más el desasosiego en Kirke. Retornaba a su memoria el galopar de la caballería que acompañó el momento en el que Siisike fue arrebatada de su lado.

      Un torbellino perturbó la paz. Sigue leyendo «La madre dormida»

El toro de Falaris


Anónimo italiano (siglo XVII) Estudio de Perilo introducido en el toro de Falaris

          Desde Atenas había conquistado el mundo impulsado por su arte. Reyes y emperadores se lo disputaban. Aquellos bronces poseían tal perfección que parecían reales. Para Perilio el reencuentro con su obra, en el preciso instante de la entrega, era la mejor recompensa.

          Traspasó el palacio hasta encontrarse cara a cara con Falaris, rey de Agrigento.
          —Sólo pido una cosa: la perfección —comentó el rey. —Si me la entregas te daré lo que me pidas. ¡Odio los defectos! No me decepciones.

          —“Aquel rugido se extendió nítido sorprendiendo a los presentes que, ante la maravilla, reclamaron más. El ingenio tenía poco de la magia que querían darle y mucho del horror, para el que fue creado” –escribió algún cronista testigo de los hechos. Sigue leyendo «El toro de Falaris»

Castigo

Fotografía tomada en Valparaiso, Chile en 1957. Autor:
Sergio Larraín Echeñique (Santiago, 5 de noviembre de 1931​ — Ovalle, 7 de febrero de 2012​
Cuento finalista del I Certamen de relato corto de terror “El niño del cuadro”.
 Inspirado en la foto expuesta en esta entrada.
Autor: Sergio Larrain tomada en Valparaíso, Chile en 1957

          No logro borrar los recuerdos desagradables de la escuela.  Cuando me encuentro con mis compañeros de antaño tan sólo puedo asentir a sus afirmaciones jocosas de un colegio que parece distinto al que yo viví. Trozos de mi memoria perdidos junto a la visión del oscuro pasaje que comunicaba las aulas, se atropellan con las de esa otra realidad. Don Gervasio decía que tenía el don de sacarle de sus casillas. Siempre era yo el amonestado, el caneado y expulsado, aunque el ruido, la risa o los insultos salieran desde la otra punta del aula.
           -Pero yo no fui… –musitaba.
          -¡No repliques! –Decía mientras me alaba de las orejas o el pelo hasta el pasillo. Sigue leyendo «Castigo»