Poema #1 Por Ricardo Acevedo Esplugas

Keep-out (Fuente de imagen Internet)

La balanza se ha roto.
La maldad se apodera del fértil Valle de That,
donde las flores duermen
(e incluso roncan).

Tu cuerpo no teme al castigo
el tribunal tiembla al dictar sentencia.
—¿Sabías que está prohibido hacer el amor en verano?
—¡Sí!
Los jorobados e impotentes lanzan piedras sobre ella.

Deforman tu cuerpo con espejos
mientras se escuchan trompetas.

—El Gran Viejo ha visto.
Las lenguas venenosas se tornan rosadas.
Exclaman los ciegos:
—Lo hemos visto.
Los blancos y asquerosos se suicidan en masa.
—“El Gran Viejo ha sido visto mientras hacia el amor
con una tierna criatura de nueve años, el primer día de verano.”

Alguien en silencio ha reparado la balanza.
La maldición se ha roto.

Pero tu cuerpo sigue descuartizado,
rodeado de flores que duermen (… y roncan)
en el fértil Valle de That.

 

El romero, el engaño y la muerte


Witold Pruszkowski (Bershad14 de enero de 1846Budapest10 de octubre de 1896)

 

          Una corriente helada me sacó de la ensoñación y ahuyentó los efluvios de tu recuerdo, para hacerme retornar a la realidad que te alejaba lacerando mi ánimo. Largas horas de vigilia en las que soñábamos despiertos, única posibilidad que nos permitían para mantener el humor. Cualquier ruido encogía nuestros corazones, revolvía nuestra voluntad. En lo recóndito del pensamiento, en ese momento cuando éste nos evade de la verdad, el miedo desaparece convirtiendo a la muerte en la amante soñada. Quizá no debimos abandonarnos tanto al ubicuo pasaje de los deseos, pero ¿qué más podíamos esperar cuando todo ya estaba decidido? Sigue leyendo «El romero, el engaño y la muerte»

Los higos, la doncella y el amor

La Ateniense virtuosa.
JosephMarie Vien (Montpellier, 18 de junio de 1716 – París, 27 de mayo de 1809)

Sigiloso deja resbalar la mano por encima de su hombro. La sorprende. Un pequeño estremecimiento espabila sus sentidos. De su mano extendida pende un obsequio: un higo verde.

— Tómalo muchacha —le dice — contempla su pureza. Está limpio. Descubre su rosado y sensual contenido. Observa cómo desea tomar tu dulce boca.

Siente la mirada cargada de lasciva inspiración, y con un gesto lo rehúsa. La respiración cálida y espesa en su nuca le angustia.

— No huyas, niña. Ayer estuve en tu casa y tu padre me dio su plácet para cortejarte. Sigue leyendo «Los higos, la doncella y el amor»