Hablar como el agua. Por Luis Oliver Guasp

Hojas de otoño. CRSignes2009

          Era como un rocío de asombro, cuando su voz aparecía en la penumbra de la habitación matizado con un fondo de música blandamente sincopada. Se preguntaba ¿cómo podido llegar hasta allí? Muchas veces le habían explicado aquello del dipolo radiante, las oscilaciones entretenidas columpiándose en las bobinas de cobre, el incomprensible camino del éter. Pero en vano. Le parecía mentira que la voz llegara con tanta calidez y dulce desenfado, unas veces con tintes casi tropicales de naranja o palmera; otras como bañada por un mar lejano del que eran recuerdo las conchas y estelamares que dormitaban en la estantería.

          ¿Quién era la dueña de voz tan sugerente? Como el manar de sus palabras había modelado un paraje extraño donde ubicarla. Se la imaginaba en una ventana abierta junto a una mesilla salpicada por diversos papeles, cuyo contenido de leyendas lanzaba al aire de la media tarde que le llevaba arriba y abajo, al país de las nubes y al ajedrez de las calles y manzanas de una ciudad bullente, para acabar depositándolo en un patio de luces, precisamente aquel donde asomaba su cuarto abigarrado. ¿Y la música? También llegaba música. Sigue leyendo «Hablar como el agua. Por Luis Oliver Guasp»

El relato del goliardo. Por Marcel Schowb

«La cruzada de los niños»
Paul Gustave Doré (Estrasburgo, 6 de enero de 1832-París, 23 de enero de 1883) 

          Yo, pobre goliardo, clérigo miserable errabundo por los bosques y los caminos para mendigar, en nombre de Nuestro Señor, mi pan cotidiano, vi un espectáculo piadoso, y oí las palabras de los niñitos. Sé que mi vida no es muy santa, y que he cedido a las tentaciones bajo los tilos del camino. Los hermanos que me dan vino bien se dan cuenta de que estoy poco acostumbrado a beber. Pero no pertenezco a la secta de los que mutilan.

          Hay mentecatos que les sacan los ojos a los pequeñuelos, les cortan las piernas y les atan las manos, con el objeto de exhibidos y de implorar la caridad. He aquí por qué tengo miedo. Al ver todos estos niños. Sin duda. Los defenderá Nuestro Señor. Hablo al acaso, porque estoy lleno de alegría. Río de la primavera y de lo que vi. No es muy fuerte mi espíritu. Recibí la tonsura de clérigo a la edad de diez años, y he olvidado las palabras latinas. Soy semejante a la langosta: porque salto. Aquí y allá, y zumbó, y a veces abro las alas de color, y mi cabeza menuda está transparente y vacía. Dicen que San Juan se alimentaba de langosta en el desierto. Sería necesario comer muchas. Pero San Juan de ningún modo era un hombre como nosotros. Sigue leyendo «El relato del goliardo. Por Marcel Schowb»